Raro es el municipio de la provincia que supera los 30.000 habitantes en el que no hay una zona marginal, aunque sólo sea una fila de calles apartadas a un extremo de la ciudad. Dos Hermanas apila al sur los barrios más desfavorecidos: del Cerro Blanco a Los Puntales. Fue refugio de Eleuterio Sánchez cuando era «El Lute», y sus calles arrastran el sanbenito del tráfico de droga y la delincuencia. Muchos hablan de que las administraciones han dejado crecer este gueto por «puro interés», mientras que otros advierten de que la fama, criada a pulso en las décadas pasadas, empobrece aún más el lugar donde nacieron. Cristóbal, de 57 años, dice que ha visto el devenir de una de las partes más duras de la zona, Los Montecillos. Era un chaval cuando llegó y aún echa de menos una convivencia «real» entre algunos vecinos de etnia gitana que invaden aceras concretas del Sur y los residentes «de toda la vida, familias modestas y trabajadoras». Pide que se les exija «el cumplimiento de las leyes» a base de «enseñarlos a convivir». «Hay vecinos que no ponen de su parte y esto dificulta el entendimiento. Deben saber que no pueden hacer candelas en la calle ni festejos en los acerados donde dejan los restos», apunta un vecino en la calle El Arenoso. Y es que al pisar las losetas que llegan a los portales, uno ve precisamente esos vestigios de fogatas nocturnas en unos muros que resisten a duras penas. Bancos derruidos, paredes y balcones agrietados, azulejos desechos, y forraje de altura. A los pocos metros, aparece una especie de estercolero que se ajusta a un panorama sañudo de marcos de puertas desgarradas de cuajo en los que incluso ha desaparecido el número. Una pintada de spray hace ver que es el bloque 6. Sentado junto a una «litrona», permanece un hombre en los bajos del edificio, rodeado de niños que juegan a subirse por las rejas de la ventana. «Hace poco más de un mes —recuerda una vecina—, chavales de 12 años, dispararon con escopetas de plomillos a cualquiera que pasara por aquí. Hay un problema de control sobre los menores, y muchos están en la calle y no en el colegio».
El panorama del Sur divide a los barrios, entre los que defienden un clima de avenencia no dado hasta el momento, con una bajada considerable de vandalismo, y aquellos que se resignan por considerar el problema «una fatalidad histórica» que les ha tocado vivir. Sea como fuere, se siente, in situ, un desasosiego generalizado. «Somos los más olvidados de Dos Hermanas. Se han llevado dos años para hacer poco más de un kilómetro de vial, tramito por tramito, y han derrochado en otras zonas, tirando para el norte, donde los bulevares se construyen más rápido. Hemos pedido un cuartelillo, pero aquí se hacen polígonos y no viviendas, sólo se anuncian mejoras en elecciones», comenta un vecino mientras, para evitar sospecha, dice que no milita en ningún partido».
En los últimos meses, la inquietud la trae la inmigración. «Vienen sobre todo de países sudamericanos y llegan desorientados e indocumentados», dicen. La casuística que siguen del alquiler, da que habla. «Uno arrienda un piso por 400 euros, por mucho menos en los bloques peores de Los Montecillos, y a su vez, alquila a otros las habitaciones para compartir gastos. Se juntan ciento y la madre», advierten.
Infraviviendas de los 80
Pocas «infraviviendas» de Los Montecillos, siguen siendo de los primeros adjudicatarios que llegaron al barrio a principios de los 80. Algunas viviendas sociales, afirman, hasta se han vendido por contrato privado. Se quejan de que, «aunque algunas reparaciones se han hecho», no se ha intervenido «en profundidad» en los pisos de régimen protegido, propiedad del Ayuntamiento, y tampoco en los que figuran en régimen de alquiler desde hace más de 20 años, pese haberlo demandado. La nueva promoción de 92 viviendas de la calle Torre Doña María, asoma su cerco de alambradas de púas y contrasta con las pintadas que tachan los bloques desde Las Botijas hasta Meñaca. Al final de la calle, un mastodóntico velódromo municipal de vanguardia choca con la fila de casas humildes de Ibarburu. Desde la calle Serrana, se destapa la otra cara del Sur. Es el Cerro Blanco, reconocido por sus negocios de narcotráfico y operaciones antidroga entre clanes de etnia gitana. Operan en los aledaños y disponen de enlaces con la capital hispalense, principalmente en las Tres Mil, e incluso con grupos internacionales, según los resultados de las últimas detenciones policiales.
Dos niños juegan sobre montañas de arena y escombros. Un columpio oxidado aguanta en un descampado. Son poco más de las seis de la tarde y las familias ya han encendido las hogueras en mitad de unas calzadas que hacen suyas. Otros permanecen en los corralones, casas enfoscadas sin terminar. Dos galgos están amarrados en un sofá, donde tres jóvenes miran un pequeño televisor. «Pásame la carne primo, que esto ya está», grita una mujer entre la humareda de una barbacoa improvisada en plena calle. En una pared próxima se lee, paradójicamente, «no echar basura en el suelo».
Entre el bien y el mal
Bajando, se alcanza El Chaparral. Como la Costa del Sol, actúa como barrera, pero su situación nada tiene que ver con el resto. Familias trabajadoras de clase media viven en el límite «entre el bien y el mal». Son el paso hacia el foco del conflicto. Ya han reiterado la falta de medios policiales, sobre todo de noche.
Bien es verdad, que la vecindad percibe mejoras desde que la Oficina Municipal para la Zona Sur está operativa. «Se está haciendo mucho por las mujeres gitanas y los jóvenes que antes estaban en la calle y hoy tienen algún trabajo», reconocen los vecinos, pese a que las iniciativas «llegan con años de retraso».
El Ayuntamiento de Dos Hermanas, que siempre ha pedido que no se estigmatice la zona para evitar comparaciones con el Polígono Sur de la capital, viene trabajando en la elaboración de un Plan Integral desde hace más de un año. LLeva retraso, aunque la coordinadora, Mercedes Cordero, apuesta por un futuro en convivencia. pues desde que «los payos han emparentado con los gitanos», bien por vínculos matrimoniales o por conctato en los talleres municipales, la cosa va a mejor.
El Foro del Sur
La Plataforma Cívica «Dos Hermanas Sur» tiene su propio análisis. Conscientes de la transformación de sus barrios —Costa del Sol, Los Montecillos, Cerro Blanco, Ibarburu, El Chaparral, Miravalle y La Jarana, donde residen casi 25.000 personas—, aplauden que, en los últimos cinco años, la dinámica de la marginalidad y el enfrentamiento, haya dado paso a la integración social. Aún así, alertan de que queda mucho por hacer.
En un estudio reciente del centro de salud, se detectó que un 31% de las mujeres había abortado voluntariamente, y que la mitad lo había hecho más de una vez. Se revela además que un 54% de los niños no estaba bien vacunado, y que el absentismo escolar y las dificultades educativas en algunos centros siguen siendo altas. Consideran que la inserción socio-laboral de los jóvenes requiere «un esfuerzo sostenido y común» y que los contratos «cíclicos» que aporta el Ayuntamiento se están convirtiendo para algunas familias en una medida «asistencialista perpetuadora de marginación» que no favorece su incorporación al mercado laboral.
Alcalá: Rabesa y el Castillo
Cualquier alcalareño adjudicaría la condición de zona con problemas de marginalidad a dos barrios de la ciudad claramente delimitados en su entramado urbano: Rabesa y el Castillo (también conocido como San Miguel). Ambas zonas comparten apuntes comunes en su listado de problemas: drogas, desempleo, bajo nivel económico y formativo o condiciones deficitarias de las viviendas y en la dotación urbana. Pero también tienen problemas propios, muchos de ellos desde hace décadas. En ambos casos se plantean soluciones desde la administración local, algunas han tomado forma en los últimos años como la mejora de las infraestructuras en Rabesa; otras se han quedado en documentos.
El barrio del Castillo ocupa, como absurdo contrapunto a su situación, uno de los entornos más hermosos de la ciudad. A quien no lo conozca se le podría ilustrar diciéndole que es un pequeño Albaicín. Está en las faldas del Castillo, en el que fuera antiguo arrabal medieval de la fortaleza. En su centro está la iglesia mudéjar de San Miguel y sus casas se agarran a la piedra del alcor y las murallas indistintamente. Tiene calles estrechas, pero de horizontes altos en virtud de la elevación en la que se asienta. Hay casas que tienen un dormitorio o varios cuartos excavados en la roca, ocupando lo que fueron antiguas cuevas. El río discurre a sus pies y las vistas abarcan hasta Sevilla.
Pero esta imagen se empaña ante la realidad social y material del barrio. Muchas viviendas carecen de las condiciones mínimas. Fueron construidas anárquicamente a lo largo del siglo pasado por sus propios moradores, aprovechando cualquier espacio, incluso las antiguas cuevas en las que se asentaron muchos gitanos en una estampa costumbrista que alumbró tipismos y una cierta mitología del cante flamenco. El nivel económico y formativo de su población es bajo y los años duros de la heroína hicieron mella en su juventud. Hay delincuencia y casas que suministran droga de forma constante. Falta limpieza, mobiliario y dotaciones. La iglesia de San Miguel está abandonada a su suerte y sirve de basurero, refugio de drogadictos, escenario de candelas nocturnas e incluso en alguna ocasión, corral para galgos.
Es difícil establecer generalidades en un colectivo humano, pero sus propios habitantes hablan de una estratificación urbana del barrio. Según se sube desde la calle San Fernando, a la derecha queda la zona buena. Personas humildes, pero en su gran mayoría normalizadas socialmente. Ellos mismos se califican con orgullo como «los castilleros» y configuran un reducto del pueblo pequeño y vinculado al campo que fue Alcalá. Hay corrales con gallinas, patios cuajados de macetas y sillas en la puerta en verano. A la izquierda queda la zona con mayores problemas, donde la droga y la delincuencia en forma de pequeños robos es cotidiana.
El futuro que se vislumbra para el barrio en los planes municipales, incide en su transformación en un Albaicín alcalareño, aprovechando el tirón turístico del Castillo para crear en él tiendas de artesanos, cuevas en las que oír flamenco, miradores sobre el río o calles por las que pasear entre tipismos de cal y macetas de gitanillas. Una imagen bucólica y desde luego, lejana, aunque un primer paso puede ser la creación de la Ciudad de la Cultura en las faldas del Castillo.
Rabesa está en el otro extremo de la ciudad, en su salida hacia la A-92 y la carretera de Mairena. El barrio tiene una clara identificación urbana. Está enclavado sobre una elevación y rodeado en su frente de altos muros que lo delimitan y contribuyen a su estigmatización social. Es el espacio que antes ocupaba un almacén de aceitunas de la familia Rafael Beca y una escombrera. Ahora es una zona con una alta concentración de bloques de pisos, donde se concentró desde los años 70, pero sobre todo en las dos décadas siguientes, la construcción de vivienda de protección oficial en régimen de alquiler. Aquí radica el origen de muchos de los problemas. La falta de control de la propiedad de las viviendas dio origen al caos. Aunque no eran propietarios, sus ocupantes, compraban y vendían los pisos por bajas cantidades, muchos de ellos, para marcharse. Esto fue concentrando una población que cada vez aglutinaba mayores problemas de integración social. El seguimiento de las concesiones legítimas de muchos pisos se hizo imposible.
De forma paralela cundió en los viejos habitantes, —«humildes, pero trabajadores»— la aspiración de dejar el barrio tomado por pandillas de jóvenes, traficantes y delincuentes. Y de forma paralela en la estigmatización en toda la ciudad de los denominados Pisos Blancos y el bloque del Titanic, como zonas por las que evitar pasar. La situación abocó en una grave crisis social provocada por un hecho violento. En agosto de 1999 un enfrentamiento entre dos familias de la zona desemboca en la muerte violenta de un joven. La familia implicada tuvo que huir ante la presión social y el barrio entero se movilizó contra la situación. En una masiva manifestación los vecinos reclamaron soluciones a todos los problemas del barrio. Llegaron hasta el Ayuntamiento, entraron a la fuerza en el Patio y la Policía tuvo que impedir que asaltaran la alcaldía y los despachos de la planta alta.
Ante la gravedad de lo ocurrido el Ayuntamiento diseñó un plan de actuación que ha comenzado ahora a materializarse. La idea general era aumentar las dotaciones e infraestructuras del barrio, pero también ubicar en él grandes dotaciones, para buscar la normalización de la zona y su apertura al resto de la ciudad. Se han creados dos parques, un conservatorio de música, hace pocos meses abrió el nuevo centro de salud, Virgen de la Oliva y para el próximo año entrará en funcionamiento la nueva comisaría de Policía Nacional.
Aljarafe
Si se consulta aunque sea brevemente la historia de La Pañoleta, se entiende la situación que vive todavía esta barriada de Camas. La zona surgió allá por los años 30 y 50, fruto de la búsqueda de suelo más barato. La mayoría de las viviendas era autoconstrucción en zona inundable. Además, la dificultad de conectar el barrio con el casco urbano ha provocado que con el paso del tiempo, esta zona haya quedado más marginada. A esto se le suma la carencia de inversión por parte de las administraciones en infraestructuras sanitarias, culturales o educativas.
La Pañoleta ocupa un lugar preferente dentro del Plan de Barrios de la Diputación. Además de controles policiales, el plan lucha por la eliminación del absentismo escolar.
Entre las medidas que se están tomando para intentar cohesionar el núcleo urbano de Camas con La Pañoleta está la instalación de la biblioteca municipal en esta barriada. Igualmente, se ha procedido a la construcción del nuevo ambulatorio.
Coria del Río
Paseando por Coria del Río, nos podemos encontrar una estampa similar en las calles Virgen de la Salud, Lucero o la barriada del Pozo. En esta zona, conocida como Cuatro Caminos y en la que la mayoría de la población es gitana, uno de los principales problemas es el tráfico de drogas. Esta estampa, además, se completa con la precariedad de las viviendas, la insalubridad que se desprende de ellas y los conflictos permanentes entre los vecinos, sobre todo entre los gitanos llegados en los últimos años de la Tres Mil Viviendas.
Por ello, en Cuatro Caminos también hay en marcha un programa destinado a eliminar el tráfico y consumo de drogas, así como a reeducar a las personas que allí viven conforme a unas normas que van desde ducharse y desayuna, para los niños hasta ayudar a sacar el carnet de conducir a los adultos.
La mayoría de los vecinos dicen que Cuatro Caminos está olvidado por la Administración. Les han prometido la mejora de las infraestructuras, una zona verde y un paso peatonal. Pero todas estas actuaciones son simultáneas al control que la Policía debe seguir realizando para frenar el tráfico de drogas, la delincuencia o el vandalismo.
San Juan de Aznalfarache
La barriada de Santa Isabel, situada en el Barrio Alto de San Juan de Aznalfarache es otra de las zonas conflictivas más reconocidas del Aljarafe. Todavía queda en el recuerdo el tiroteo que por un «descasamiento» se vivió entre varias familias en el que resultaron heridas dos personas.
La vida en este barrio se desenvuelve dentro de la delincuencia, el vandalismo y la drogadicción, con una falta de normas e integración social. En la zona también se llevan a cabo programas de actuación para evitar que los vecinos de otras barriadas tengan que soportar toda esta degradación.
De hecho, la situación de las personas que viven por la barriada y que no se integran en ese mundo, luchan por encontrar un futuro mejor lejos de allí, porque la «normalidad» se puede ver interrumpida en cualquier momento.
Para intentar reeducar a sus habitantes y solucionar los problemas más importantes que allí se dan, la barriada es sometida desde el año 2000 a un Plan de Intervención en Zonas de Necesidad de Transformación Social. Entre los programas, se incluyen «Meteora», talleres para la igualdad de género; «Minerva», de empleo y «Paracaídas», de educación para la Salud de adolescentes. O el programa «Verano Fresquito», que se puso en marcha como oferta lúdica y educativa para los más pequeños.
Pero para ésta como tantas tras zonas marginales como se localizan en Sevilla y su más inmediato entorno hacen falta algo más que buenas palabras.