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jueves, 12 de julio de 2007

Treinta años viviendo en una chabola-abc.esdesevilla 12/07/07

Treinta años viviendo en una chabola
A. MALLADO Manuel, el patriarca, observa cómo la máquina derriba algunas de las chabolas
POR ALBERTO MALLADO
Manuel llegó con unos diez añitos y allí sigue, a pesar de que tiene más de 40. Eso sí, su casa no ha sido siempre la misma. Primero estaba muy próxima a Torreblanca, en el término de Sevilla, pero el alcalde de la capital en 1992, Alejandro Rojas Marcos, pensó que el asentamiento no cuadraba con la imagen de modernidad de la ciudad de la Expo y le dio solución: obligar a los chabolistas a desplazarse unos metros y ubicarse en término de Alcalá de Guadaíra. ¿Problema resuelto?, para Sevilla, porque allí siguen desde entonces. Ayer el Ayuntamiento alcalareño derribó seis chabolas en un intento de regularizar la zona o, al menos, evitar que el asentamiento siga creciendo. No es la primera vez que el Consistorio de Alcalá procede a derribos de este tipo. Cada vez que le indican que algunas han quedado vacías las derriba para evitar que el poblado siga creciendo
Manuel ha crecido en este asentamiento situado junto a Torreblanca, entre el camino de Peromingo y la carretera que va desde la A-92 a Mairena del Alcor, y en cuyos márgenes se reparten naves industriales. Allí llegó con su padre, que fue durante mucho tiempo el patriarca del asentamiento. Ahora, ha heredado el título y es quien pone algo de orden en el poblado. Allí viven unos 40 matrimonios con sus correspondientes hijos, según el propio patriarca, que no sabría precisar el número de niños. El Ayuntamiento de Alcalá estima que son algunas familias más y que puede haber unos 70 niños en edad escolar. Lo que aquí no siempre es sinónimo de que vayan al colegio. En cualquier caso, el número es variable y depende de los trabajos que les vayan saliendo a las familias, normalmente en ferias y fiestas de los pueblos. Ahora en verano, el asentamiento está en temporada baja.
El propio Manuel y las familias que llevan más tiempo en el poblado dictan las reglas en el mismo. Son ellos quienes señalan al Ayuntamiento las chabolas que puede derribar. Ayer fueron seis, que cayeron sin que hubiera ningún tipo de protesta. Al revés, una señora mayor reclamaba que echaran abajo algunas más. Se trata de chabolas abandonadas o cuyos ocupantes se han marchado a trabajar a otro lugar temporalmente. El problema es que al estar vacías se convierten en refugio de drogadictos y de personas ajenas al asentamiento que pueden traerles problemas y cambiar los modos de convivencia. Los rumanos son particularmente temidos.
En el poblado de Torreblanca casi todos son gitanos, los hay de Sevilla, los primeros que llegaron; portugueses y procedentes de Valencia. La convivencia es, en líneas generales, buena, hasta el punto de que se dan matrimonios entre ellos. Aunque hay quien la distorsiona. El hermano de Manuel causa problemas, según él mismo reconoce. Su adicción a las drogas provoca que en ocasiones aparezca por allí y robe a diestro y siniestro.
Es un mundo con sus propias reglas, medios de vida y leyes. Tan es así, que el Ayuntamiento alcalareño ha optado por la fórmula de la colaboración a la hora de paliar carencias. Por su parte, Manuel anuncia su firme decisión de no permitir la construcción de nuevas chabolas, todo lo más autorizará a colocar algún toldo para que familias de paso entren una feria y otra pasen algún tiempo, «no más de cuatro o cinco días», afirma. Su autoridad en el asentamiento es incuestionable. Hace poco, él y su mujer obligaron a diez personas a marcharse de allí. No pudo ser por las buenas, como demuestran las cicatrices de los cortes que luce en la cara. También intentó derribar varias chabolas atando los palos que las sostienen a su furgoneta. Pero las construcciones son más sólidas de lo que parecen y le resultó imposible.
Ayer la máquina del Ayuntamiento tenía que emplearse a fondo, ya que las construcciones contaban incluso son solería. El resto de materiales de estas edificaciones son muy diversos, pero la experiencia indica a estas personas como darles solidez. Hay desde chapas, hasta muestrarios de azulejos, pasando por un amplio repertorio de paneles de madera, restos de uralita o trozos de gomas. Las lavadoras suelen estar fuera y dentro es normal que haya televisores. Hay chabolas que tienen una especie de merendero en el exterior y algunas cuentan con corral, donde se crían gallos de pelea. Otra tiene una piscina hinchable y muchas cuentan con un porche en el que tomar el fresco por la noche. Estos días, cuando el calor aprieta, es normal que se saquen los colchones fuera, puesto que el calor se hace asfixiante en su interior.
Urbanismo particular
La zona cuenta con su propio urbanismo. El camino pecuario a cuyos lados están las chabolas fue arreglado por el Ayuntamiento y funciona como calle mayor. Los pocos árboles que hay los han sembrado ellos mismos ya que los mayores recuerdan que aquello estaba «todo pelao» cuando llegaron. La luz la toman de los cables que pasan por lo alto y el agua de la tubería general, donde los técnicos les abrieron una llave de paso.
Estas mínimas infraestructuras en poco palían unas condiciones de vida impensables para la mayoría. El calor es insoportable. En invierno buena parte se inunda y en verano proliferan charcos en una zona casi pantanosa, como demuestran los juncos que crecen. Los mosquitos e insectos son, por lo tanto, bandadas afectadas de superpoblación. Las culebras recorren las malas hierbas y entran en la casas. Y respecto a las ratas, los habitantes hablan de prodigios zoológicos: «cuando van corriendo las ratas se confunden con conejos de grandes que son» afirma uno; «entran en las casas por más que se tapen los huecos», dice otro; «yo he visto a una saltar por encima de la cama», explica una mujer.
Pero aquello es su hogar. Afirman que para irse les tienen que dar una casa o el dinero para comprar una. Ahora están a la espera de una reunión con los responsables de servicios sociales del Ayuntamiento y aguardan a ver si les proponen alguna solución. Pero después de treinta años no tienen mucha esperanza. A la llegada de las máquinas que iban a derribar las chabolas no reclamaban una solución definitiva sino algo que aliviara en algo su situación. Uno de los vecinos le decía a la policía «a ver si me podéis quitar con la máquina las hierbas de delante de mi puerta». No parece que tenga mucha intención de abandonar el «barrio» en el que ha vivido durante treinta años.
El Ayuntamiento de Alcalá derribó ayer seis construcciones en el asentamiento junto a Torreblanca

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